En nuestra infancia hemos visto a nuestros padres trabajar y sacrificarse por darnos un mejor futuro, en oportunidades a costa de su salud, de la relación de pareja o del tiempo que compartían con nosotros. Esto marca profundamente el resto de nuestra vida, porque de adultos creemos que no tenemos derecho a descansar y nos sentimos culpables cuando no lo pasamos bien, atrayendo accidentes o enfermándonos cuando disfrutamos. Esto es por nuestro sentimiento de culpabilidad, sentimos que nuestros padres lo dieron todo por nosotros y que por lo tanto no merecemos ser felices. En consecuencia, repetimos su historia siguiendo el ejemplo que nos dieron, saboteando nuestro éxito y nuestro bienestar por una profunda lealtad familiar.
La comida actualmente no se utiliza solamente para alimentarnos sino por el placer de comer, es por eso que cada día proliferan las comidas presentadas de una manera llamativa a los sentidos. Además suelen ser los dulces los que más placer nos brindan. Pero, ¿qué hay detrás de dicho placer? ¿Por qué los dulces me dan más placer? ¿Qué me lleva a la adicción de los dulces?
A algunas madres se les hace difícil tener que educar a un hijo sola o tienen problemas con la pareja. Le dicen a sus hijos: “Si no fuera por uds. yo no tuviese que sacrificarme tanto”. El niño que escucha esta frase se siente culpable y buscará diferentes maneras de castigarse o sufrir. Puede ser a través de diferentes acontecimientos de su vida o con las enfermedades.
Una de las situaciones que genera más interrogantes dentro de una familia es la que se plantea ante una separación o un divorcio: ¿Qué pasará con los hijos? ¿Cómo se lo tomarán? ¿Cómo hacer esta transición sin afectarles tanto? ¿Cómo hacer para seguir manteniendo una buena relación padre/hijos?
“Francisca lo tenía todo, una pareja maravillosa, un trabajo que amaba y reconocimiento por lo que hacía, sin embargo en la soledad de su habitación se sentía terrible porque no lograba adelgazar y perder peso. Lo había intentado todo, pero tenía 20 kilos de más que se resistían a partir. Esto le deprimía y le hacía sentir que algo estaba mal en ella, pero no lograba dar con la causa de su problema.”
Muchos hijos que han sido abandonados o maltratados por sus padres, se sienten víctimas de ellos o de las circunstancias y se creen con el derecho de reclamarles. Están peleados con la vida y los comprendo, porque cuando somos niños no sabemos gestionar nuestras necesidades emocionales y a raíz de ello creamos diferentes mecanismos de defensa que nos llevan a asumir actitudes que al final nos hacen mucho más daño. Las personas cuando me consultan pidiendo ayuda para solucionar sus problemas de pareja, de dinero o con sus hijos. Siempre les respondo con una pregunta: ¿Cómo es la relación con tus padres? porque ese modelo de relación lo traspolamos al resto de nuestras relaciones, sin ser conscientes de ello.
La familia reconstituida se enfrenta a un gran reto y es a los hijos de la pareja ¿Cómo mantener una buena relación con ellos? ¿Cómo ocupar mi lugar? ¿Qué se espera de mi? Son preguntas típicas que surgen de esta situación, porque muchos son los que ante un divorcio pretenden que la nueva pareja ocupe el lugar del “nuevo padre o madre” de los hijos. Esto es un gran error porque es la fuente segura de conflictos y de puntos de fricción en esta nueva familia que de no tener los roles claros y definidos puede desencadenar en un nuevo divorcio.